A veces se escucha algo tantas veces que se vuelve "verdad". Que si la personalidad viene de la crianza, que si solo las personas muy tristes se quitan la vida, que si alguien con esquizofrenia tiene múltiples personalidades…Estas ideas se repiten tanto que cuesta cuestionarlas. Pero cuando hablamos de salud mental, esas creencias no son neutras: pueden confundir, estigmatizar o alejarnos de la comprensión real. En esta entrega, ponemos pausa para revisar algunos de estos mitos con mirada crítica y humana.
Cada persona carga con su historia, pero eso no la define por completo. Muchos de estos mitos surgen de ganas de entender, pero a veces terminan limitando. Tal vez no tengamos respuestas perfectas, pero empezar a cuestionar lo que parecía obvio ya es un movimiento hacia algo más libre, más honesto y más humano.
Mito 1 : “Solo quienes están muy deprimidos se suicidan”
Cuando se piensa en alguien que se ha quitado la vida, es común imaginar a una persona devastada, aislada, sin ganas de seguir. Y aunque la depresión profunda es uno de los factores de riesgo más conocidos, no es la única causa ni el único perfil posible. De hecho, hay casos de suicidio que sorprenden justamente porque no había señales evidentes de tristeza extrema. Asumir que solo las personas deprimidas se suicidan puede llevar a pasar por alto señales importantes. Hay quienes luchan con trastornos como ataques de pánico, ansiedad social o dificultades para controlar los impulsos, y también pueden verse atravesados por pensamientos suicidas. Incluso personas con diagnósticos como trastorno límite o consumo problemático de sustancias presentan un riesgo elevado, aunque no siempre encajen en la imagen típica de una depresión severa. También existe el llamado “suicidio racional”, donde algunas personas toman esa decisión frente a una enfermedad terminal o un dolor físico insoportable, sin que necesariamente exista un trastorno mental diagnosticado. Además, en ciertos momentos el riesgo puede ser mayor, incluso cuando parece haber mejoría. Hay personas que, tras meses de letargo emocional, recuperan un poco de energía justo cuando siguen sintiéndose vacías, y esa combinación puede volverse muy peligrosa. Por otro lado, en la tercera edad, donde los índices de depresión suelen ser más bajos, los suicidios aumentan, posiblemente porque los intentos son más decididos y letales. Pensar que solo la tristeza profunda conduce al suicidio deja fuera muchas realidades. La desesperanza, el dolor psicológico, la sensación de no ver salida o de ser una carga también pueden llevar a alguien a ese límite, sin necesidad de un diagnóstico clínico previo. Por eso, acompañar, preguntar, observar y ofrecer ayuda no debería depender de si alguien “parece deprimido” o no. A veces, quien más necesita ser escuchado no da señales claras. Y asumir que está bien, solo porque no llora o no lo dice en voz alta, puede ser un error costoso.Mito 2: “Las personas con esquizofrenia tienen múltiples personalidades”
La esquizofrenia es uno de los trastornos mentales más graves y complejos que existen. Quien la atraviesa suele experimentar una ruptura con la realidad: puede tener alucinaciones, confusión, delirios o una mezcla de pensamientos y emociones que no siempre tienen sentido para los demás. A diferencia de lo que muchas personas creen, no se trata de tener "dos personalidades", sino de vivir con una sola mente que se fragmenta, que pierde cohesión. Quien padece esquizofrenia no cambia de identidad, sino que sufre alteraciones profundas en la forma de pensar, sentir y percibir el mundo. Esta confusión, sin embargo, está muy extendida. No solo en conversaciones cotidianas, sino también en medios de comunicación, películas y hasta en artículos académicos. Es común escuchar frases como “tengo un día esquizofrénico” para hablar de indecisión o doble discurso, o ver personajes de cine con comportamientos extremos y contradictorios que son presentados como esquizofrénicos, cuando en realidad encajan más con lo que se conoce como trastorno de identidad disociativo (lo que antes se llamaba personalidad múltiple). Esta mezcla de términos ha alimentado un mito peligroso: que las personas con esquizofrenia tienen "varios yoes" que pelean entre sí. Pero no es así. La esquizofrenia no es una lucha entre personalidades internas, sino una condición que afecta la forma en que se conecta la mente con la realidad. Pensamientos desorganizados, emociones que no coinciden con la situación, o la sensación de que alguien te sigue o habla contigo sin estar presente, son algunos ejemplos reales de lo que puede vivirse desde dentro. Banalizar este trastorno o usarlo como metáfora política o literaria solo agrava la desinformación y refuerza prejuicios que dificultan el acceso a una comprensión más humana y empática. Quienes viven con esquizofrenia enfrentan desafíos importantes, no solo por los síntomas en sí, sino por el estigma que los rodea. Entender qué es y qué no es esta condición es un paso clave para dejar de hablar desde la confusión y empezar a hacerlo desde el respeto.Mito 3: “La forma de escribir revela quién es una persona por dentro”
La idea de que la escritura puede reflejar rasgos profundos de la personalidad ha sido sostenida durante décadas. A simple vista, parece tener sentido: si cada letra es única, ¿no podría también revelar algo sobre cómo piensa, siente o actúa quien la escribe? Esta práctica se conoce como grafología y ha ganado popularidad en distintos ámbitos, desde contrataciones laborales hasta juicios de valor sobre el carácter de una persona. Se han hecho afirmaciones como que dejar mucho espacio entre palabras indica aislamiento, escribir frases en dirección ascendente habla de optimismo, o dibujar grandes bucles en ciertas letras refleja una preocupación por el sexo. Algunas versiones incluso han sugerido que modificar la manera de escribir puede transformar aspectos de la personalidad. Sin embargo, las investigaciones científicas han mostrado que estas interpretaciones carecen de fundamento sólido. Diversos estudios han evaluado si los grafólogos pueden detectar rasgos de personalidad, predecir el rendimiento laboral o identificar características psicológicas relevantes basándose solo en la escritura, y los resultados han sido consistentes: no lo logran más allá del azar. En contextos bien controlados, donde se elimina el contenido del texto para evitar pistas indirectas, la precisión de los análisis grafológicos se desvanece. Parte de la ilusión de validez proviene de un fenómeno conocido como efecto Barnum, que ocurre cuando una descripción vaga y general parece increíblemente personal solo porque se adapta fácilmente a casi cualquier persona. Esto, sumado al sesgo de representatividad la tendencia a creer que una forma concreta refleja un rasgo específico, refuerza la idea de que la grafología “funciona”. Pero no lo hace. Que algo sea individual, como la forma de escribir, no significa que esté conectado con otra cosa individual, como la personalidad. Esa conexión no es más que una intuición atractiva sin respaldo empírico. Y aunque escribir sea un acto influido por el cerebro, eso no implica que cada trazo revele verdades ocultas sobre el mundo emocional de quien lo hizo. La grafología ha sido estudiada a fondo, y los datos no acompañan las afirmaciones que sostienen sus defensores. En este caso, lo que parece una lectura profunda no es más que una interpretación subjetiva sin base real. A veces, una letra es solo una forma de escribir, no un mapa secreto de la mente.Mito 4: “Ponerle nombre a un diagnóstico hace más daño que bien”
Existe una creencia extendida de que los diagnósticos psiquiátricos son etiquetas que estigmatizan, limitan y marcan de por vida a quien los recibe. La preocupación no es infundada: la historia de la salud mental está cargada de estigmas, prejuicios y tratos deshumanizantes. Sin embargo, responsabilizar al diagnóstico en sí de todo ese peso puede ser una simplificación injusta. Lo cierto es que el rechazo no suele nacer del nombre clínico que se le asigna a una experiencia emocional o conductual, sino del modo en que las personas interpretan ciertas conductas que les resultan extrañas, incómodas o incomprensibles. En otras palabras, lo que genera estigma no es solo la etiqueta, sino la reacción social ante lo diferente. A esto se suma que, en muchos casos, el diagnóstico ni siquiera es conocido por el entorno, lo que evidencia que el estigma puede aparecer incluso sin que haya una etiqueta formal. La percepción de “locura” o “anormalidad” suele instalarse a través del lenguaje cotidiano, los prejuicios culturales o el desconocimiento. A pesar de los temores, varios estudios han mostrado que, en ciertos contextos, un diagnóstico puede tener efectos positivos: ayudar a comprender lo que ocurre, abrir camino al tratamiento adecuado o generar actitudes más comprensivas. Algunas investigaciones encontraron que, al saber que una persona atraviesa un trastorno específico, otras personas muestran mayor empatía, especialmente cuando el diagnóstico se comunica con claridad y respeto. También hay evidencia de que el diagnóstico puede funcionar como una guía para docentes, familias y profesionales que buscan acompañar de manera más empática. Claro que eso no significa que todo el sistema de clasificación esté libre de críticas: sigue siendo necesario mejorar la forma en que se diagnostica y se comunica. Pero decir que los diagnósticos son en sí mismos dañinos es ignorar su utilidad clínica, su valor y su papel en la búsqueda de alivio. No es el nombre lo que lastima, sino cómo se lo usa, cómo se lo transmite y en qué entorno se recibe. Culpar a las etiquetas puede desviar la atención de los verdaderos problemas: la desinformación, la falta de escucha y los prejuicios que siguen presentes en muchas sociedades. En vez de eliminar los diagnósticos, es más constructivo humanizar la forma en que se aplican y abrir espacios de educación emocional que transformen el modo en que se percibe la salud mental.Mito 5: “Las personas adultas que crecieron con un padre o madre alcohólico tienen un perfil psicológico específico”
ACOA son las siglas en inglés de "Adult Children of Alcoholics" es decir, personas adultas que crecieron en un entorno familiar donde al menos uno de los cuidadores tuvo problemas con el alcohol. Con los años, este término se popularizó tanto que no solo dio origen a libros, grupos de apoyo y espacios terapéuticos, sino también a una idea que se volvió casi indiscutible: que todas las personas ACOA comparten un perfil psicológico muy parecido. Que quienes vivieron con un padre o madre alcohólico terminan teniendo baja autoestima, necesidad constante de aprobación, dificultad para confiar, problemas con los límites, culpa excesiva y otras características que, juntas, formarían una especie de “síndrome emocional”. Esta idea puede sonar reconfortante: encontrar en una lista de rasgos una explicación clara a todo lo que cuesta gestionar en la adultez. Pero, por más común que sea, esa idea no tiene respaldo sólido. Diversos estudios han demostrado que no existe un perfil emocional único que defina a todas las personas adultas que crecieron en una familia con alcoholismo. Sí hay diferencias en algunos aspectos, como niveles más altos de ansiedad o tendencia a tomar riesgos, pero son matices, no patrones fijos. De hecho, muchas de las afirmaciones que circulan en libros y sitios web sobre los ACOA son tan amplias, vagas o aplicables a cualquiera que resulta difícil distinguir si describen realmente a una persona por su historia familiar o si simplemente caen dentro del llamado “efecto Barnum”: ese fenómeno donde una afirmación suena precisa solo porque está formulada de forma general, como cuando se lee un horóscopo o una galleta de la fortuna y uno siente que le acertaron. El riesgo de este mito no es solo que simplifica la vida emocional de millones de personas, sino que puede llevar a confundir malestar general con algo que supuestamente viene sellado desde la infancia. No todas las personas que crecieron en un hogar con alcoholismo tienen las mismas heridas, ni todas las heridas vienen solo de ahí. Y si bien es cierto que el entorno familiar deja huellas, también es cierto que las formas de enfrentar el dolor son variadas, personales y complejas. Más que encasillar, se trata de comprender. Y ningún perfil estándar va a explicar por completo la historia de una vida.Mito 6: “Si crías igual a tus hijos, tendrán personalidades parecidas”
Durante mucho tiempo se ha creído que la forma en que se cría a una persona define por completo quién será. Que si dos hermanos reciben el mismo trato, los mismos valores y el mismo tipo de afecto, entonces crecerán con personalidades similares. Es una idea que suena lógica y reconfortante, pero la realidad es más compleja. La evidencia muestra que, aunque el entorno familiar influye en algunos aspectos de la infancia, no es lo único ni lo más determinante cuando hablamos de personalidad en la adultez. Hay casos de hermanos que crecieron bajo el mismo techo y desarrollaron formas completamente distintas de ver y vivir la vida. Y no se trata simplemente de elecciones personales: la genética también pesa. Estudios con gemelos idénticos criados en hogares distintos revelaron que sus similitudes no se explican tanto por cómo fueron educados, sino por los genes que comparten. Al contrario, personas sin vínculo biológico que crecieron en la misma familia suelen tener personalidades muy distintas entre sí. Todo esto pone en duda la idea de que el hogar, por sí solo, moldea quiénes somos. El afecto, la presencia, la seguridad y el acompañamiento emocional siguen siendo esenciales. Aunque no definan por completo nuestra personalidad, sí dejan marcas profundas en cómo aprendemos a vincularnos, a confiar o a sentirnos suficientes. Pero cuando se trata de aspectos como la tendencia a preocuparse, la forma de reaccionar o el nivel de extraversión, hay otros factores en juego: lo que vivimos fuera de casa, nuestras experiencias únicas, lo impredecible. Entender esto puede ser liberador. No estamos condenados ni determinados por la forma en que fuimos criados. Cada quien es una mezcla de influencias, decisiones, historias y aprendizajes que van dando forma a una identidad propia, en construcción constante.Mito 7: “Si algo se hereda, no se puede cambiar”
Que un rasgo sea hereditario no significa que esté grabado en piedra. Aunque durante mucho tiempo se creyó que lo genético definía por completo cómo somos, la ciencia ha mostrado que la realidad es más compleja. La heredabilidad no equivale a destino. Este concepto se refiere al porcentaje de diferencias entre personas que pueden atribuirse a factores genéticos dentro de un grupo, no a lo que una persona tiene fijo en sí. Por eso, incluso si un rasgo tiene una heredabilidad alta, eso no significa que sea imposible de modificar. La personalidad, la inteligencia o la forma en que reaccionamos ante ciertas situaciones pueden estar influidas por nuestros genes, pero también por el entorno, las experiencias únicas y las decisiones que tomamos a lo largo del tiempo. Además, estudios han encontrado que el peso de la genética puede variar según el contexto: por ejemplo, en ambientes con mayores recursos, la influencia hereditaria tiende a ser más fuerte. A medida que crecemos, también empezamos a elegir entornos que refuerzan ciertos rasgos, lo que hace que parezcan más “naturales” cuando en realidad son el resultado de una interacción constante entre lo heredado y lo vivido. Comprender esto ayuda a desmontar la idea de que estamos condenados por nuestra biología. Cambiar es posible, incluso cuando hay predisposiciones genéticas. Porque no somos un resultado cerrado, sino un proceso en movimiento.Mito 8: “La baja autoestima es la raíz de casi todos los problemas psicológicos”
Durante años se ha repetido que tener una autoestima baja es la causa principal de muchos problemas emocionales: desde la depresión, la ansiedad y el bajo rendimiento escolar, hasta la violencia y las adicciones. Esta idea ha sido tan popular que inspiró políticas públicas, programas escolares, libros, talleres y hasta iniciativas empresariales para subirle el ánimo a la gente. Sin embargo, las investigaciones más rigurosas no respaldan del todo esa creencia. Sentirse bien con uno mismo puede ser agradable, claro, pero eso no significa que la autoestima sea el motor central de nuestra salud mental. De hecho, los estudios muestran que la relación entre autoestima y bienestar psicológico es más débil de lo que parece, y en muchos casos, no es la causa sino una consecuencia. Por ejemplo, tener buen rendimiento académico suele aumentar la autoestima, no al revés. En cuanto a la violencia, no es la baja autoestima la que la explica con más fuerza, sino ciertas formas inestables y narcisistas de autoestima elevada. Algunas personas con una imagen inflada de sí mismas pueden reaccionar con agresividad cuando sienten que alguien amenaza ese autoimagen idealizada. En lugar de asumir que quienes hacen daño es porque se sienten mal consigo mismos, vale la pena preguntarse cómo se construyó esa autoestima, cuánto depende de la validación externa y cómo reacciona ante la frustración o la crítica. Este mito, aunque bien intencionado, ha simplificado demasiado la complejidad del comportamiento humano. Sentirse valioso es importante, sí, pero no es una solución mágica. La salud mental se construye con múltiples factores: vínculos seguros, capacidad para regular emociones, experiencias significativas y entornos que permitan crecer con sentido.Mito 9: “Quien sufre abuso sexual en la infancia termina con la personalidad rota de por vida”
Se ha repetido muchas veces que quien sufre abuso sexual en la infancia queda irremediablemente roto, como si su vida solo pudiera definirse por esa herida. Es una idea que duele y pesa, sobre todo para quienes han tenido que vivir algo tan duro. Pero la realidad no es tan simple ni tan cerrada como ese relato. Sí, el abuso puede dejar marcas profundas. No se trata de negar el dolor ni minimizar sus consecuencias. Pero tampoco es justo asumir que todas las personas quedan atrapadas en él, sin posibilidad de reconstruirse. Lo cierto es que no hay un único camino después del trauma. Algunas personas sufren mucho tiempo. Otras logran sanar con apoyo. Otras siguen adelante a su ritmo, sin que eso borre lo que vivieron. La recuperación no sigue un molde. La suposición de que quien fue víctima en la infancia se volverá victimario más adelante, es más un prejuicio cultural que un hecho sostenido por la ciencia. Y muchas veces se olvida algo importante: quienes logran hacer una vida en calma, quienes han aprendido a vivir con lo vivido, casi nunca están en las estadísticas. Sus historias no suelen contarse. Este mito no solo es falso, también es una forma de reducir a alguien a su herida. Y nadie debería ser definido solo por lo que le hicieron. El dolor no anula la capacidad de crecer, de amar, de volver a confiar en sí. Hay vida después del trauma, aunque no siempre sea fácil. Y eso merece ser contado con cuidado y con respeto.Mito 10: “Interpretar manchas de tinta revela con precisión cómo es una persona”
Durante décadas, el test de Rorschach ha sido presentado como una herramienta capaz de revelar los rincones más profundos de la mente. La idea de que mirar una figura ambigua puede exponer conflictos ocultos o rasgos centrales de la personalidad resulta atractiva, y ha sido sostenida por profesionales que interpretan las respuestas como si fueran proyecciones del inconsciente. Se ha llegado a afirmar que ver reflejos señala narcisismo, notar detalles minúsculos indica obsesividad, o centrarse en los espacios en blanco refleja rebeldía. Sin embargo, la evidencia científica pone en duda gran parte de estas interpretaciones. Investigaciones rigurosas han mostrado que muchas de las asociaciones propuestas carecen de respaldo sólido y que, en la mayoría de los casos, el test no predice con fiabilidad los rasgos de personalidad ni permite hacer diagnósticos clínicos precisos. De hecho, hay estudios que indican que tiende a generar resultados patológicos incluso en personas sanas, lo que puede llevar a interpretaciones erróneas. Aunque algunas versiones más modernas han intentado estandarizar su aplicación, la validez de sus resultados sigue siendo limitada. Se ha encontrado cierto valor en contextos específicos, como la detección de trastornos graves como la esquizofrenia, pero incluso en esos casos existen métodos más confiables. Parte de su popularidad se mantiene por una ilusión cognitiva: la tendencia a ver conexiones significativas donde en realidad no las hay. Esa sensación de que una respuesta extraña revela algo profundo sobre quien la da es más una construcción interpretativa que un hallazgo clínico real. Entender esto ayuda a cuestionar el aura casi mágica que a veces se le atribuye. A veces, una mancha de tinta es solo eso: una figura ambigua, no un retrato oculto de la personalidad.Cada persona carga con su historia, pero eso no la define por completo. Muchos de estos mitos surgen de ganas de entender, pero a veces terminan limitando. Tal vez no tengamos respuestas perfectas, pero empezar a cuestionar lo que parecía obvio ya es un movimiento hacia algo más libre, más honesto y más humano.
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