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Mito 1: “Es posible aprender mientras se duerme”
La idea suena impresionante: escuchar grabaciones mientras se duerme y despertar con conocimientos nuevos. Aprender un idioma, prepararse para un examen o dejar un mal hábito, todo mientras el cuerpo descansa. No es raro que muchas personas crean en esta posibilidad, especialmente con tantos productos que prometen resultados asombrosos solo por poner un audio antes de dormir. Es cierto que el cerebro sigue funcionando durante el sueño, y que a veces estímulos del entorno se cuelan en los sueños. Una voz, un sonido o una sensación pueden integrarse en lo que se sueña esa noche. Pero la evidencia señala que asimilar contenido complejo durante el sueño está mucho más limitado de lo que se suele creer. Estudios más rigurosos han mostrado que, para que algo se aprenda realmente, hace falta estar despierto y atento. En muchos experimentos donde las personas supuestamente aprendieron algo mientras dormían, en realidad se descubrió que no estaban profundamente dormidas: se despertaban brevemente o estaban en una fase ligera del sueño cuando escuchaban el contenido. Aunque el sueño cumple un papel fundamental en consolidar lo que ya se aprendió durante el día, no es una vía para incorporar conocimientos nuevos desde cero. Dormir bien sí mejora la memoria, el estado de ánimo y el rendimiento cognitivo. En resumen: aprender mientras se duerme puede parecer atractivo, pero no es realista. Lo que sí está demostrado es que un buen descanso potencia el aprendizaje cuando estamos despiertos.Mito 2: “Durante una experiencia extracorporal, la conciencia abandona el cuerpo”
Quienes relatan haber tenido una experiencia extracorporal suelen describir algo impactante: la sensación de estar fuera de su propio cuerpo, observando la escena desde arriba, como si su conciencia se hubiera separado. Este tipo de vivencias han sido interpretadas por muchas culturas como una prueba de que existe algo más allá de lo físico, y que la mente puede desprenderse del cuerpo por completo. No es raro que estas experiencias aparezcan en momentos intensos, como durante una cirugía, un accidente o una crisis médica. Pero también hay reportes en contextos mucho más tranquilos: al dormir, meditar, soñar o incluso bajo ciertos estados alterados. Algunas personas aseguran poder provocarlas a voluntad y hablan de viajes astrales, proyecciones de conciencia o exploraciones de planos distintos a este. Sin embargo, cuando se ha intentado comprobar si realmente alguien puede “salir” de su cuerpo y observar con precisión lo que ocurre a distancia, los resultados han sido poco concluyentes. Los estudios que piden a las personas describir objetos o escenarios que supuestamente vieron mientras estaban fuera de su cuerpo suelen mostrar que esas descripciones no coinciden con la realidad física de los lugares. Entonces, ¿qué ocurre en realidad durante estas experiencias? La ciencia ha comenzado a arrojar luz desde una perspectiva distinta: más que una separación real, parece tratarse de una desconexión temporal entre lo que el cuerpo siente y cómo se percibe internamente. Experimentos con realidad virtual han demostrado que, si se altera la información visual y táctil que recibe el cerebro, se puede generar la sensación de estar “desplazado” del propio cuerpo. También se ha logrado inducir este efecto estimulando zonas específicas del cerebro, especialmente en regiones que procesan la orientación y el sentido del yo. Todo esto sugiere que, aunque la vivencia puede sentirse profundamente real, no hay evidencia sólida de que la conciencia se desprenda físicamente del cuerpo. Más bien, parece ser una construcción del cerebro en condiciones poco habituales. Sentirse fuera del cuerpo no es lo mismo que estarlo. Y entender cómo el cerebro puede producir esta sensación no le resta valor a la experiencia, pero sí permite interpretarla desde un enfoque más cercano a lo que sabemos sobre percepción, conciencia y neurociencia.Mito 3: “El polígrafo es un buen método para detectar mentiras”
En muchas películas o series se muestra al detector de mentiras como una máquina infalible: basta hacer unas preguntas y el aparato dirá si la persona está diciendo la verdad. Pero la realidad es mucho menos clara de lo que parece. El polígrafo no detecta mentiras como tal. Lo que registra son cambios en el cuerpo: ritmo cardíaco, presión arterial, respiración, sudoración. La lógica es que, si alguien miente, se pondrá nervioso y eso se reflejará en esas señales fisiológicas. El problema es que estar nervioso no es lo mismo que mentir. Muchas personas se alteran simplemente por estar bajo sospecha, incluso si son inocentes. Otras pueden mentir sin mostrar grandes reacciones, especialmente si tienen bajo nivel de ansiedad o usan estrategias para controlar su respuesta. Además, no hay una señal corporal única que indique engaño. No existe una especie de “alarma biológica” que se active solo cuando alguien miente. Y la interpretación de los resultados depende mucho de quien aplica la prueba, lo que abre la puerta a errores o sesgos. También hay otro punto: muchas personas confiesan después de una prueba, lo que ha reforzado la idea de que el polígrafo funciona. Pero no siempre esas confesiones son verdaderas. Algunas personas se sienten presionadas o creen que el resultado ya las condenó, aunque no hayan hecho nada. Por eso, aunque el polígrafo aún se usa en ciertos entornos, como agencias de seguridad, su valor como prueba es muy cuestionado. De hecho, no suele ser aceptado en tribunales y está prohibido en muchos trabajos del sector privado. No es un detector de mentiras, sino un detector de activación fisiológica. Y esa diferencia importa, sobre todo cuando hay consecuencias reales en juego.Mito 4: “La felicidad de una persona viene principalmente determinada por circunstancias externas”
A lo largo de la historia, muchas personas han intentado encontrar fórmulas para sentirse más felices. Algunas de esas búsquedas han pasado por mejorar el bienestar físico, explorar caminos espirituales o alcanzar metas externas como el trabajo, el dinero o el reconocimiento. La idea de que la felicidad depende sobre todo de lo que sucede fuera sigue muy presente, y ha sido repetida en libros, medios y conversaciones cotidianas, pero la investigación psicológica ha ido desmontando esa idea. Aunque es cierto que ciertas circunstancias externas pueden influir en cómo nos sentimos, no parecen ser el factor principal. Algunos estudios han sugerido que hay un nivel emocional base que tiende a mantenerse a lo largo del tiempo, más allá de los eventos positivos o negativos que atraviesa una persona. La genética y ciertos rasgos de personalidad también parecen tener un peso importante en ese equilibrio. Por otro lado, factores como la calidad del descanso, la salud mental y las relaciones significativas tienen una correlación más directa con la experiencia cotidiana de bienestar que elementos como el salario, el estatus o la apariencia. Esto no significa que las condiciones materiales no importen. Nadie puede sentirse bien si vive en constante precariedad, pero más allá de un nivel básico de seguridad, el impacto del entorno puede disminuir. Aun así, muchas personas siguen esperando que la felicidad venga desde fuera, sin cuestionar sus propias interpretaciones, actitudes o hábitos emocionales. La evidencia muestra que, en gran parte, la manera en que interpretamos lo que nos sucede pesa más que los hechos en sí. No se trata de negar el dolor ni de romantizar las dificultades, sino de reconocer que el bienestar emocional no siempre depende de tener una vida perfecta, sino de cómo se procesa, se afronta y se construye el día a día desde dentro.Mito 5: “El estrés es la causa principal de las úlceras”
Durante mucho tiempo se pensó que las úlceras pépticas, esas lesiones dolorosas que aparecen en el estómago o el intestino delgado, eran producto del estrés, de una dieta inadecuada o de un estilo de vida acelerado. Incluso desde el psicoanálisis se hablaba de conflictos emocionales como desencadenantes. Esta creencia fue ampliamente aceptada, tanto en la medicina como en la cultura popular. Sin embargo, investigaciones posteriores demostraron que una bacteria llamada Helicobacter pylori estaba presente en la mayoría de las personas con úlceras. Dos investigadores, Barry Marshall y Robin Warren, lograron demostrar el vínculo entre esta bacteria y las úlceras, lo que cambió por completo la forma de entender y tratar esta afección. Aunque la presencia de H. pylori no provoca úlceras en todas las personas, los estudios mostraron que al tratar la infección con antibióticos se reducía significativamente la recurrencia del problema. A pesar de esto, muchas personas todavía creen que el estrés es la causa principal. La realidad es que el estrés no suele ser el origen directo, pero sí puede influir de forma indirecta, al favorecer hábitos que debilitan el sistema digestivo o al dificultar la recuperación. También se ha observado que algunas personas con ansiedad o angustia pueden tener un mayor riesgo de padecer úlceras, aunque no está del todo claro si una cosa causa la otra o si comparten una base común. Hoy se sabe que este problema tiene múltiples factores y se entiende mejor desde una mirada biopsicosocial, que considera la interacción entre el cuerpo, el entorno y los estados emocionales. Por eso, si bien el estrés puede tener un papel, no es el único ni el más determinante. Tratar una úlcera requiere atender tanto lo físico como lo emocional, pero sobre todo, reconocer que hay causas médicas concretas que se pueden abordar de forma efectiva.Mito 6: “Una actitud positiva puede evitar o curar el cáncer”
La idea de que el pensamiento positivo puede detener el cáncer se ha vuelto muy común, en parte por libros de autoayuda, relatos personales y contenidos que circulan en redes sociales. Según esta creencia, mantener una buena actitud, repetir afirmaciones o visualizar el cuerpo libre de enfermedad puede ayudar no solo a enfrentar el tratamiento, sino incluso a evitar que la enfermedad aparezca. Aunque encontrar esperanza y fuerza emocional frente al cáncer es importante, los estudios científicos no respaldan la idea de que una actitud positiva por sí sola tenga un efecto directo en la aparición, evolución o curación del cáncer. Investigaciones extensas no han logrado confirmar un vínculo claro entre emociones negativas o estrés y el desarrollo de esta enfermedad. Tampoco se ha demostrado que mantener pensamientos optimistas influya en la supervivencia. Lo que sí se ha observado es que el bienestar emocional puede mejorar la calidad de vida durante el proceso: ayuda a afrontar los efectos del tratamiento, a fortalecer vínculos y a darle sentido a lo que se está viviendo. Pero eso no significa que las emociones sean responsables del origen o del desenlace del cáncer. Atribuir el desarrollo de la enfermedad a una supuesta actitud negativa no solo carece de base científica, sino que puede generar una carga emocional injusta en quienes ya están atravesando una situación difícil. En lugar de buscar culpables dentro de uno mismo, lo más valioso es combinar un acompañamiento médico adecuado con un entorno de apoyo emocional que permita transitar la experiencia de forma más humana y contenida.
Mito 7: “Los polos opuestos se atraen”
La idea de que los opuestos se atraen es muy popular en películas, novelas y canciones. Historias de personas con personalidades completamente distintas que terminan enamorándose se han vuelto parte del imaginario romántico. Es común pensar que la diferencia genera una especie de chispa, algo emocionante que nos completa o nos empuja a salir de la rutina. Sin embargo, cuando se mira la evidencia científica, la realidad parece bastante distinta. Diversos estudios indican que, en general, las personas se sienten más atraídas por quienes comparten rasgos de personalidad, valores y actitudes similares. Esta tendencia, conocida como homofilia, no solo influye en las primeras etapas del vínculo, sino también en su estabilidad a largo plazo. Por ejemplo, se ha observado que la compatibilidad en aspectos como el orden, la apertura o el estilo de comunicación contribuye a relaciones más duraderas y satisfactorias. Incluso al buscar pareja en sitios web, muchas personas tienden a elegir perfiles que reflejan sus propios intereses o puntos de vista. Esto no significa que no puedan existir diferencias dentro de una relación, pero la mayoría de vínculos sólidos se construyen sobre una base de afinidades. Las diferencias pueden aportar dinamismo, sí, pero no son el centro del atractivo. Entonces, ¿por qué este mito sigue tan presente? Parte de su fuerza viene de cómo nos lo han contado: los opuestos enamorados hacen buenas historias. También influye el deseo de encontrar en otra persona lo que sentimos que nos falta. Pero en la vida real, lo que suele acercarnos no es lo que nos separa, sino lo que nos hace sentir en sintonía.
Mito 8: “Si hay mucha gente presente, alguien ayudará”
Existe la creencia de que, en una situación de emergencia, cuantas más personas haya alrededor, mayor será la posibilidad de que alguien intervenga. Tiene sentido desde el pensamiento común: con más testigos, hay más ojos atentos y más manos disponibles. Pero los estudios en psicología social muestran algo distinto. Cuando muchas personas presencian una emergencia, suele pasar lo contrario: disminuye la probabilidad de que alguien actúe. A este fenómeno se le conoce como efecto del espectador. Una de las razones es la difusión de la responsabilidad: cada persona asume, de forma inconsciente, que alguien más se hará cargo. Otra es la ignorancia pluralista: al ver que nadie reacciona, se interpreta que tal vez no es tan grave como parecía. La escena se vuelve confusa, y esa duda puede paralizar. Investigaciones clásicas lo demostraron en escenarios controlados. Por ejemplo, cuando una persona veía humo entrar a una habitación estando sola, actuaba rápidamente. Pero si había otras personas que no hacían nada, era menos probable que reaccionara. Lo mismo ocurría al escuchar un accidente simulado: las personas solas intervenían más que aquellas acompañadas. Esto no significa que nadie actúe si hay más testigos. De hecho, algunas personas sí lo hacen. Quienes tienden a intervenir suelen ser menos influenciables socialmente y más conscientes de su papel en la situación. También se ha visto que aprender sobre este fenómeno como estás haciendo ahora aumenta la probabilidad de actuar si alguna vez te encontrás frente a una emergencia real. Porque aunque la cantidad de personas puede confundir, la conciencia sí marca una diferencia.
Después de revisar estos mitos, queda claro que muchas creencias que damos por hechas no siempre tienen un respaldo real. Cuestionarlas no significa dejar de confiar en lo que sentimos, sino animarnos a mirar con más profundidad.
Mito 9: “Hombres y mujeres se comunican de forma diferente”
Desde canciones hasta libros de autoayuda, se ha repetido la idea de que hombres y mujeres se comunican de maneras tan diferentes que parecen hablar idiomas distintos. Según esta visión, ellas buscan conexión emocional y ellos priorizan la independencia; ellas expresan sentimientos y ellos se encierran en su mundo. Esta narrativa ha sido muy popular, especialmente a partir de libros como Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Sin embargo, cuando se revisa la investigación psicológica, el panorama es mucho más matizado. Estudios rigurosos han analizado si existen diferencias reales en la forma de comunicarse según el género. Por ejemplo, se ha estudiado si las mujeres hablan más, si expresan más sus emociones, si los hombres interrumpen más o si hay mayor sensibilidad femenina ante señales no verbales. En la mayoría de los casos, las diferencias encontradas son muy pequeñas. Por ejemplo, un análisis de decenas de estudios mostró que, en promedio, tanto hombres como mujeres usan una cantidad similar de palabras al día. Otras investigaciones señalan que ellas podrían ser apenas un poco más expresivas o perceptivas emocionalmente, pero la diferencia es tan leve que suele pasar desapercibida en la vida cotidiana. También se ha encontrado que muchas de estas supuestas diferencias dependen más del contexto que del género. La forma de hablar puede cambiar según la situación, el entorno social, el estatus o el rol que se ocupa. Incluso el estilo de conversación varía entre personas del mismo género, lo que sugiere que es más útil mirar las características individuales que generalizar por categorías amplias. La conclusión es que sí puede haber algunas diferencias comunicativas entre personas según el género, pero son graduales, no absolutas. No estamos hablando de dos especies distintas, sino de matices dentro de una gran diversidad humana. Por eso, en lugar de asumir que la otra persona “piensa diferente por ser hombre o mujer”, es más útil preguntar, escuchar y reconocer que cada vínculo necesita su propio idioma compartido.Mito 10: “Hay que desahogarse para liberar la ira”
La idea de que expresar la ira ayuda a sentirse mejor es tan popular que aparece en películas, libros de autoayuda e incluso en consejos cotidianos. Golpear una almohada, gritar en soledad o romper cosas para “sacar todo lo que llevamos dentro” se presenta como una forma sana de evitar acumular enojo. Esta visión, heredada de teorías antiguas como la catarsis de Aristóteles o las ideas de Freud sobre la represión emocional, sostiene que exteriorizar la rabia previene consecuencias más graves. Sin embargo, la investigación psicológica ha demostrado una y otra vez que esta creencia no se sostiene. Lejos de calmar la agresividad, desahogarse con golpes o gritos puede hacer que el enojo se intensifique. Cuando una persona actúa con ira, aunque sea simbólicamente, su cuerpo se activa más y es probable que siga sintiéndose igual o incluso más alterada. En lugar de apagar el fuego, muchas veces se le echa más leña. Esto se ha observado tanto en contextos clínicos como en estudios de laboratorio. Por ejemplo, personas que golpeaban un saco de boxeo tras ser provocadas terminaban siendo más agresivas con quienes las habían insultado. Lo mismo ocurre en actividades que supuestamente liberan tensión, como ciertos deportes violentos o videojuegos agresivos: en lugar de aliviar el enojo, pueden reforzarlo. Eso no significa que haya que reprimir todo lo que se siente. Expresar emociones es útil, pero la forma en que se hace marca la diferencia. Hablar desde el enojo, sin agresión ni descarga violenta, puede abrir caminos al entendimiento y la resolución de conflictos. Decir lo que incomoda desde un lugar tranquilo, con palabras claras y sin herir, tiene más impacto que gritar o lanzar reproches. La ira no es algo malo en sí misma, pero actuar bajo su influencia como si fuera una energía que debe expulsarse a toda costa no ayuda a resolver lo que la originó. Por eso, más que buscar una forma de liberar la furia, vale la pena preguntarse qué la desencadena y cómo se puede canalizar de forma constructiva.Después de revisar estos mitos, queda claro que muchas creencias que damos por hechas no siempre tienen un respaldo real. Cuestionarlas no significa dejar de confiar en lo que sentimos, sino animarnos a mirar con más profundidad.
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